PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 77                                                                                     NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2014
página 4

EL PODER

 
El poder, en su concepción más elemental, representa la capacidad de ejercicio de los propios actos. Una mayor extensión de dicho término abarcaría el dominio mental sobre los actos y la responsabilidad de las decisiones personales. Si se considera la condición intelectual del ser humano, el poder no sólo incluye lo que se está posibilitado para hacer, sino la facultad para obrar libremente dando respuestas creativas no determinadas a los condicionamientos del entorno; esa consideración del poder como soberanía racional es la más alta que puede entenderse en la jerarquía existencial de los seres vivos, ya que esa inteligencia no sólo permite conocer sobre las relaciones entre todos los demás seres, inertes y vivos, y actuar creativamente aprovechando las potencias de cada una de esas relaciones, sino que también intuye y percibe el relativo bien que se derivan de esos juicios racionales que definen sus actos. Desde estas consideraciones se puede entender el poder como el dominio o soberanía que sobre las especies inferiores ejercen las que poseen un modo de ser más completo y complejo.
Ese poder que se reconoce a sí mismo la especie humana entra en conflicto cuando sobre lo que se proyecta son las relaciones entre sus individuos, pues ¿cabe considerar que exista superioridad de especie de una o otras personas? Pues si no se acepta esa superioridad en el plano moral, no cabe legitimar el poder de unos hombres sobre otros. Durante la historia, el hecho del dominio de unas personas sobre otras ha mostrado cómo, en muchas o casi todas las civilizaciones, ha prevalecido la consideración de la superioridad de unos seres humanos sobre otros, en virtud del poder físico o del poder intelectual, de modo que el más dotado se revestía del poder de su superioridad para dominar al más débil; pero esa misma concepción hacía estar en permanente tensión a la sociedad, porque incluso los más astutos y fuertes decaían con la edad en víctimas de otros más poderosos. La evolución sociológica aparentemente se ha humanizado, acabando por reconocer la igualdad de todas las personas, sin distinción de sexo, etnia, edad, religión, condición física, etc. Todos iguales equivale a valorar la identidad personal como la fuente más elemental de derecho universal, lo que reconoce el derecho a la libertad y a su plena soberanía individual.
La teoría del respeto a la libertad y soberanía personal que proclaman los Estados y reivindican las instituciones internacionales, los detentores del poder real que domina el mundo quieren hacerla compatible con que sus poderes sigan vigentes, para lo cual no pueden sino justificar que esos poderes provienen de ser conferidos por los ciudadanos libremente, que les transfieren su soberanía para que ellos velen por su salvaguardia; lo que no es más de lo mismo de lo acontecido a lo largo de la historia. El quicio de la prevalencia de esos poderes se defiende como la necesidad de la cesión de poder para gobernar con eficacia las relaciones humanas, pero ello realmente supone una temeridad social si supone de hecho despojar a los ciudadanos de su real soberanía.
El eficaz gobierno de las relaciones humanas no se basa en el poder, sino en la autoridad, entendiendo esta autoridad como el depósito de confianza que una persona merece para que se le preste la representación para decidir en nombre de otros respecto a las decisiones a tomar en las instituciones colectivas de la sociedad. Esa cesión de la representación no supone una cesión de la soberanía --la que como la libertad no puede ser enajenada sin resentirse la propia esencia de la condición humana--, sino un depósito temporal de la gestión de parte de esa soberanía, la cual tiene que poder ser demandada y retirada si la autoridad defrauda las expectativas de confianza en el ejercicio del poder.
Mientras los ciudadanos estimen que el poder que detentan los gobiernos de los Estados, el poderío militar, el poder financiero internacional, el poder de las compañías multinacionales, el poder de los medios de comunicación, el poder de las sectas religiosas, el poder de las mafias, el poder de las bandas internacionales, los poderes fácticos, los grupos de presión y cualquier otro poder ilegítimo, atenta a su soberanía en el espacio social que le corresponde, esos poderes seguirán siendo tan represivos como lo fueron en siglos pasados, por más que legalmente se justifiquen ante la sociedad presentándose como la autoridad legal capaz de generar confianza, al mismo tiempo que les limita el ejercicio de su soberanía.
 

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