PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 8                                                                                                       MAYO-JUNIO 2003
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EL ÉXITO NO DEBIDO






Al entrevistar a algún artista rebosante de éxito he obtenido por respuesta que el éxito tanto se debe al duro trabajo como a que la suerte te haya acompañado en algunos momentos decisivos.

¡Qué la inspiración me llegue trabajando!  Se atribuye a Pablo Picasso como respuesta a su genio creador.
Trabajar duro, con constancia y empeño parece ser la materia prima del éxito, condición esencial para alcanzarlo entre los pocos favorecidos que logran ese reconocimiento social. Se puede argumentar cómo algunos consiguen una fama inmerecida sin esfuerzo, fruto del marketing o por influencia de grupos o familiares influyentes. Para éstos convendría formalizar una distinción entre fama y éxito. La primera corresponde al reconocimiento social, mientras que el éxito se identificaría al reconocimiento histórico. Mientras la fama es transitoria, consecuencia directa de la frivolidad, el éxito perdura, con más o menos memoria, en la historia. Aun cuando contribuya algún medio de promoción, el éxito no es consecuencia del mismo sino que se necesita la constancia en el bien hacer, una madurez profesional y, en muchas ocasiones, una buena dosis de humildad que no ciegue la perspectiva de lo que queda por hacer.
Cuando algunas sociologías fijan el éxito como un objetivo social olvidan que por su naturaleza el éxito es limitado y que para su consolidación influye ese segundo componente que se suele denominar suerte o destino. La sociología del éxito como objetivo relega el verdadero fin del trabajo a medio, o sea trastoca las relaciones sociales desplazando la idea de proyección desde el sujeto a la sociedad, a la de utilizar el intercambio social para el encumbramiento personal.
El defecto de consecuencia directa de éxito en el esfuerzo del trabajo debería evidenciar como aquél no se debe como consecuencia necesaria sino que ocasionalmente surge; lo que no invalida la tenacidad del esfuerzo que revalida en todo caso el éxito personal, la satisfacción interior del deber cumplido.
Esta arbitrariedad que relega para unos pocos el reconocimiento entre el paradigma de quienes han aportado semejante grado de esfuerzo, quizá debería hacer pensar a quienes moderan la sociedad el reenfocar los objetivos del espíritu de competitividad laboral hacia el servicio y no exclusivamente hacia un triunfo que sólo en contadas ocasiones se obtiene.
Trabajar de cara al reconocimiento social no pocas veces termina en frustración, o bien porque el éxito no se alcanza, o bien porque la aureola no aporta aquello que se había hecho esperar.
Fijar los objetivos del trabajo y la vida social en la asunción de unos deberes de relación solidarios podría corresponder a una nueva sociología que restara agresividad, y facilitara el acceso a alguna dosis más de paz en las relaciones sociales.