PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 81                                                                                     JULIO - AGOSTO  2015
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PARADOJA DE LA TRAMPA

 
La convivencia en sociedad se establece desde relaciones en las que cabe elegir entre la lealtad y la sinceridad o la mentira y la trampa. Aparentemente cada parte, un ciudadano o un grupo, puede optar por obrar desde valores positivos y trasparentes o tratar de confundir a la otra parte mediante una dialéctica o argumentación confusa para lograr una posición de dominio en la relación sin que la parte contraria se percate de ello; a este último modo de proceder se le reconoce como trampa.
Existen pueblos donde la trampa se ha establecido como un modo de proceder admitido, o al menos tolerado, porque de forma genérica se considera que la trama de la trampa refleja una astucia inherente a la conciencia humana inclinada a primar el máximo beneficio propio en cualquier relación que establece. De este modo, se admiten como positivas determinadas maneras de obrar de los más aventajados en la gestión de la trampa, ya que habiendo adquirido un relevante poder con esas maneras imponen su criterio como un modelo de progreso que interpreta las relaciones sociales desde parámetros más agresivos. Por el contrario, la sinceridad y honestidad en las relaciones humanas se consideran valores que favorecen el estancamiento social. Posiblemente esas mentalidades confunden la legítima pujanza por dinamizar la sociedad desde relaciones de servicio innovadoras, con las posiciones de dominio que ofrecen un beneficio envenenado de sumisión a las capas más confiadas de la sociedad.
La paradoja que genera esos comportamientos deshonestos en la sociedad es que quienes han propiciado el  hábito de la trampa en las relaciones no quedan inmunes al desarrollo de las tramas abusivas, de modo que al mismo tiempo que se trampea se puede ser víctima de quien ha logrado un mayor refinamiento en el arte de seducir con sus bondades desde su posición de poder. Siendo el producto de ese proceder, cuando se ha instalado en el modo común de relacionarse una comunidad, el de la corrupción del sentido de la cooperación al bien común, lo que no hace sino fomentar un individualismo como autoprotección del abuso consentido, con la consiguiente merma de la conciencia solidaria que avala la legítima confluencia social.
 

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