PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 82                                                                                     SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2015
página 10

FAMILIA Y PATRIMONIO

 
La familia es la más remota institución social, por lo que no es extraño que en el transcurso de los siglos y de su implantación en las distintas civilizaciones haya presentado peculiaridades muy diversas en su concepción; pero también que admita valores definitorios constantes, como relaciones específicas de cariño y protección, lo que puede llevar a considerar una determinación genética que predispone a un comportamiento sicológico de los afectos, no sólo como consecuencia del vínculo de la procreación, sino de la realidad misma de la relación familiar, ya que los mismos se dan de igual manera en las familias de adopción.
La constante de esos afectos son un compromiso dentro del grupo y bilateralmente entre sus componentes, que se puede sintetizar en cariño y protección mutua que se prestan según la forma adecuada que las características circunstanciales y de edad favorecen. Es precisamente en esas características donde infieren las determinaciones sociológicas que predisponen a la personalidad en cada tiempo y entorno a matizar de modo distinto el desarrollo de los valores en cada familia, de cuya trascendencia queda muestra especialmente en lo que se refiere a las relaciones externas, pues de la intensidad de las afectos internos sólo conoce la mente que los sostiene. También cabe diferenciar las constantes que emanan de la estructura profunda de todo ser humano para la conmoción de los sentimientos, frente a una estrategia más racional para lograr la efectiva protección de las personas queridas.
Prever medidas de seguridad para la familia incluye, dentro de cada posibilidad, la constitución de un patrimonio material que facilite el bienestar futuro de los miembros de cada familia y los futuros descendentes. A veces ese patrimonio se fundamenta en el medio de trabajo y supervivencia del núcleo familiar, como son las explotaciones agrícolas y ganaderas, las industrias y comercios; otras, el patrimonio consiste en la inversión inmobiliaria y las rentas que genera, o la capitalización financiera y sus diversas formas de inversión. Sea como se acumule el patrimonio, el fin es el bienestar del futuro por la seguridad que reporta disponer de bienes materiales que, sabido que no producen la felicidad, facilitan la tranquilidad de una existencia alejada de las preocupaciones sobre la manutención de cada día. Como el patrimonio se trasmite de generación en generación familiar, facilita distinguir en las familias la que tiene que luchar para sobrevivir de la que goza de medios sobrados para hacerlo, por lo que crea una referencia de distinción que coopera a la constitución de estamentos sociales que con frecuencia se convierten en determinación selectiva para aceptar los cónyuges con quienes emparentar la familia, lo que en gran parte va a condicionar cómo han de ser las relaciones familiares.
El patrimonio familiar crea dependencia, aunque la mayoría de las personas no perciban cuánto influye en sus vidas. En primer lugar exige la fidelidad a una tradición y cultura, porque se considera ello como la garantía de la pervivencia del capital y de su transmisión, y el relajamiento de los vínculos con los predecesores puede poner en peligro la recepción de la herencia. Otra influencia negativa de la dependencia patrimonial la crea la diferencia de riqueza entre cónyuges, porque en la familia de la parte más pudiente siempre va a existir la prejuicio de que la otra parte se casa por interés, lo que generará una causa de tensión añadida a las muchas dificultades que ya de por sí tiene la relación de pareja. Pero los más afectados por la garantía del patrimonio familiar son los hijos, que por disponer de determinados privilegios económicos pueden considerarse beneficiados, si no fuera porque esa misma seguridad proporcionada por sus padres y abuelos pueden desmotivarles de aprender a asegurarse ellos mismos su futuro, ya que sin la referencia directa del esfuerzo de sus antecesores para reunir el patrimonio, el único rasgo que perciben es la disponibilidad para gastarlo.
No debería haber en la educación de los hijos un contraste de valores entre los que se quieren infundir en la educación y los que se utilizan para la gestión de las riquezas, sean debidas al trabajo o al patrimonio. El elenco de virtudes humanas que se enseña como el medio para alcanzar la realización personal y la felicidad debe coincidir con el modo de vida de quien educa, lo que crea obligaciones de comportamiento ético en los padres, que sólo encontrarán acogida en su conciencia cuando la primacía de sus sentimientos esté dirigida a los afectos que deben a sus hijos, como la más trascendente seguridad que van a legarles para su felicidad.
 

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