PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 83                                                                                     NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2015
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HOMBRE ANIMAL, HOMBRE RACIONAL

 
Basta con ser humano para comprender que en cada uno existe una naturaleza animal, semejante a la de todas las demás bestias de la tierra, en especial a los homínidos, pero guardando semejanzas con el resto de los mamíferos y con la mayoría de los restantes animales en más de lo que las formas externas pudieran presagiar. Del mismo modo, quien es humano sabe que su capacidad de raciocinio es totalmente superior a la de cualquier otro ser vivo conocido. Por ello no es equivocado afirmar que la especie humana se caracteriza esencialmente por una doble naturaleza: La que le conforma con los demás animales y la que le caracteriza y distingue como un ser creativo excepcional. Olvidarse de una u otra de esas dos naturalezas --entendiendo por naturaleza la causa que especifica el modo de obrar-- puede conducirle a predicar de sí mismo de modo muy desacertado.
Conocer esas dos naturalezas distintas como causa de su obrar puede explicar muchos de los comportamientos de hombres y mujeres de toda clase, cultura, formación, raza, credo e ideología que se distancian en sus actos de lo que cabría esperar en relación a los modelos teóricos que se siguen de la cultura humana en la actualidad. Ese sorprenderse a diario de lo inhumano del obrar de algunas personas no encuentra justificación ni siquiera en la experiencia continuada de conocer hechos semejantes; y esto es porque ese juicio se formula desde la racionalidad que no puede entender lo inhumano sino considerando que se obra desde un criterio dirigido por una causa distinta de la razón. Lo que se puede considerar posible en el hombre cuando pone la experiencia de la facultad mental, no para que la conciencia dirima la razón del principio y fin de sus actos, sino al servicio del ejercicio de su naturaleza animal, que tiene como principio el poder físico que sostiene la primacía dentro de la manada, de la especie y de ésta en la existencia colectiva.
Una de las características más inhumanas del comportamiento del hombre es su pasión por el poder, cuando la experiencia histórica le ha mostrado de continuo que el progreso de su bienestar se debe al uso de la razón y no de la fuerza, ya que la creatividad de la humanidad es proporcional a la integración de la inteligencia colectiva, pues cada persona en particular apenas progresaría más que cualquier otra raza animal a pesar de estar dotado una muy superior capacidad mental; por lo que la naturaleza lógica del ser racional debería dirigirle a la cooperación para el progreso y no a gastar los recursos en contiendas que debilitando al otro debilita también los recursos propios.
Querer imponer la fuerza para ejercer el dominio es propio de la naturaleza animal, y por ello no debe extrañar que sea tan común en la conducta humana, aunque entre en contradicción con la condición racional que toda persona se reconoce y encarece, aunque con frecuencia sus actos evidencien carencia de voluntad capaz de controlar las pasiones propias de esa condición animal. Póngase por ejemplo el ejercicio cotidiano de la violencia sexual, la xenofobia, la exclusión profesional, la aferramiento político, la ambición económica, la adicción a la trampa, la pasión enfermiza en el deporte, la intolerancia religiosa, la obsesión por las armas, etc. que poseen en común anteponer el interés personal sobre el ajeno, cuando la razón debería informar a quien así piensa que otro habrá con mayor poder que él que le ajustará las cuentas.
De modo parecido a cómo cada persona persevera en los hábitos de comportamiento animal cuando no los descubre como tales y los corrige mediante una reacción racional, la sociedad en cada entorno cultural y en circunstancias compulsivas se deja dirigir por respuestas de instinto animal. Por ejemplo, en un entorno de violencia, como la guerra, las personas sacan lo peor del instinto animal de supervivencia, matandose sin remordimiento como enemigos personas que fuera de ese contesto serían incapaces de cometer los homicidios y asesinatos que la guerra justifica.
Parece como si la sociedad sufriera crisis periódicas de dominio racional y otras de dominio animal, que casi siempre son impulsadas unas y otras porque hayan surgido o no intelectuales relevantes capaces de transmitir que la creatividad de la concordia, que casi todo el mundo desearía para sus hijos, hay que lograrla potenciando el respeto mutuo como fundamento racional de la justicia.
 

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