PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 83                                                                                     NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2015
página 9

SOLIDARIDAD BÁSICA

 
La solidaridad es la virtud que mueve a los ciudadanos a agruparse para el beneficio común respetando la propia identidad. Es virtud porque mueve al bien, y como virtud ha de constituirse como un hábito de comportamiento y no como un valor abstracto o una actitud ocasional. La solidaridad ha de regir la mente del grupo y la de cada uno de sus partícipes si se quiere que sea integrador, no un simple conglomerado de individuos consecuencia de un destino irracional, ya que una sociedad humana ante todo debe ser racional como le corresponde por la naturaleza de los seres que la constituyen.
Cuando la sociedad adquiere un tamaño importante, parece como si los principios y las causas que la motivan se difuminasen más allá de los entornos personales o de colectivos de intereses, surgiendo una forma de relación concéntrica que diluye las responsabilidades según de alejadas se encuentren de cada núcleo respectivo. De este modo la solidaridad se justifica como una virtud social, pero proporcionalmente aplicable respecto a la intensidad de la relación que concierne. A esto colabora el imaginario que relaciona la solidaridad con la ayuda económica, que limita su ejercicio, cuando el fundamento raíz de esta virtud se sitúa más en el respeto que en el auxilio material.
En la estructura profunda de la solidaridad se encuentra el reconocimiento de la limitación de toda persona, pues de esta incapacidad de perfección deriva la conveniencia del  auxilio externo para superar las deficiencias existenciales, cuyo escalón más básico supone no perjudicar sicológicamente a nadie en razón de las limitaciones que le haya conferido la naturaleza. En ello todos los ciudadanos pueden colaborar con todos, independiente de sus actitudes personales y de los medios a su alcance para remediar las dificultades.
El ejercicio de la solidaridad, como de cualquier virtud, requiere el esfuerzo para repudiar de uno mismo los vicios que se oponen al ejercicio de esa virtud. Así para potenciar el respeto entre personas es necesario eliminar los hábitos perniciosos de la crítica, la murmuración, la sátira, la maledicencia, la difamación, la intolerancia y cualquier otra actitud que tenga como fin resaltar las limitaciones físicas o sicológicas de los demás, aunque sean evidentes y reales, y más todavía si proceden de prejuicios imaginarios consecuencia de la envidia o el odio con que se prejuzga a una persona. Ese grado de solidaridad todo el mundo lo puede y lo debe ejercer, y supone de hecho una aportación importantísima para sostener la autoestima de las personas y favorecer la paz social.
Cuando se actúa así, se aprende que la solidaridad está al alcance de todos, de continuo y sin limite, con independencia de las restricciones mayores o menores que en la comunidad se vivan, porque el respeto engrandece a las personas que lo practican y es fermento de positiva convivencia.
 

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