PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 87                                                                                   JULIO - AGOSTO  2016
página 6

RELIGIÓN INICUA

 
La referencia más próxima para el hombre de la idea de Dios se corresponde con la de su propia alma. Como la idea de una sustancia espiritual no puede percibirse en la naturaleza, la que de ella pueda tener la conciencia humana debe provenir de una intuición, que sólo puede tener como referencia a la misma sustancia del alma humana. Esa huella de Dios que se atribuye como emanación creativa de la misma esencia divina es la que permite al ser humano formarse una idea de la existencia de lo sobrenatural, concebida desde la asunción en la propia conciencia de la libertad creativa, deliberativa y resolutiva de sus propios actos, trascendiendo la sujeción a la determinación que la materia impone. La comprensión personal de la responsabilidad sobre la operatividad de los actos voluntarios induce a admitir una intervención inmaterial que administra el obrar gobernando las propias decisiones no sólo siguiendo la economía del propio interés, como justificaría la lógica naturalista, sino resolviendo de modo altruista por valores ligados a un fin insospechado.
Esa concepción de Dios ajustada a la esencia plena de la limitada imagen que se intuye del alma humana es la que permite entender --y no sólo comprender como un acto aprendido-- el Dios en quien se cree y  a quien se adora, sea a través de la doctrina de cualquier religión o de la propia experiencia religiosa personal. Lo que no impide también que esa concepción subjetiva, tan pegada a la esencia concreta de cada ser humano, sea la que entre en contradicción con contenidos que las diferentes culturas religiosas consideran fundamentales por considerarlos emanados más o menos explícitamente de la autoridad de Dios. La conformidad de la conciencia según la experiencia moral personal respecto a la moral de la doctrina recibida por tradición, o intelectualmente examinada, va a determinar en mucho la aceptación o rechazo de la conciencia con la religiosidad.
Entre los valores que la razón descubre en la esencia del alma humana, si esta sirve para aproximarse a una concepción divina, y los valores con que se identifica la esencia de Dios debe prevalecer una relación de semejanza, de  modo que lo positivo de una conciencia recta ilustraría sobre las perfecciones de Dios, y la forma o manera de ser que la conciencia repudia como impropia del ser humano como lo que no puede estar entre los atributos de Dios, ya que en caso contrario no existiría coherencia en el reflejo entre el espíritu divino y alma humana.
Lo que parece que debería ser obvio a veces no se encuentra en las doctrinas religiosas que se propagan entre la humanidad. De hecho, unas doctrinas condenan de otras no por lo que consideran distinto del supuesto revelado, sino de lo que contradice la lógica o la ética de la universal conciencia humana. Con frecuencia esa diferencias se justifican en el contexto histórico en el que se dieron, pero si ello se acepta así deduciría una realidad mutante en la esencia de Dios, que si no se acepta por lo que entrañaría de dependencia a la materialidad histórica, habría que concluir o que es la conciencia humana la que muta, lo que menoscaba su espiritualidad, o que la doctrina predicada con que se intenta especificar la realidad de Dios mantiene serias contaminaciones incompatibles con la verdad.
Se puede delimitar la credibilidad de una religión a la coherencia moral que refleja el recto sentir de la conciencia humana. Así cuando se atribuye a Dios una justicia indolente, y la conciencia identifica como valor humano la misericordia; si se atribuye connatural a Dios el dominio y el poder, y la conciencia se inclina por la reconciliación y solidaridad entre las personas; si se atribuye a Dios la satisfacción de la reparación por la aflicción, y la conciencia considera como perfección humana la compasión; si se atribuye a Dios complacerse en el agasajo, y la conciencia detesta el lujo y la avaricia; si se atribuye a Dios una firmeza sancionadora, y la conciencia se inclina por la compasión fraternal; etc., se predica una religión cuyo Dios se identifica más por los anhelos de éxito y valores que puede retribuir el poder que por lo buenos sentimientos que anidan en el alma humana. Son religiones que materializan el espíritu en vez de espiritualizar la materia, como si Dios hubiera de haber precisado crear el mundo para ser adorado como rey, y no como un padre feliz que comunica el ser a su descendencia para que sean felices por la felicidad que reporta a la conciencia el ejercicio del bien.
 

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