PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 88                                                                                   SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2016
página 8

DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

En el estudio del hecho religioso con demasiada frecuencia se ha identificado el psiquismo relativo a la conciencia religiosa con la sociología que refleja la cultura religiosa, lo que entraña el error de diluir la experiencia religiosa, que se corresponde con la actividad personal, en la realidad cultural, que refiere un hecho social. Aunque sea cierto que en muchos ámbitos contemporáneos del pensamiento religioso el concepto de experiencia religiosa como respuesta intuitiva individualizada a la percepción intelectual de la realidad sobrenatural va imponiéndose como esencial para la religiosidad.
La teología de casi todas las religiones se fundamenta en la inicial manifestación de Dios al hombre y en la consideración de un alma humana capaz de entender de la realidad espiritual. Históricamente esa relación entre Dios y el ser humano se ha comprendido mezclando la proyección divina sobre la persona y sobre una comunidad, pero hay que distinguir que la historia recoge la manifestación religiosa humana concebida desde el interés popular que la relata, que refleja más las circunstancias sociales de la configuración de la respuesta que la auténtica iniciativa de Dios. Contra esa consideración histórica de la religión, cabe contraponer la identificación filosófica de la indiciaria impronta religiosa en la conciencia humana por la intuición de los valores sobrenaturales que configuran la moral natural; pues ella constituiría el fundamental vínculo entre cada hombre y Dios.
Ese doble influjo sobre cada persona del adoctrinamiento en una comunidad y la experiencia intelectual y afectiva de la religiosidad son los que configuran la fe que caracteriza a cada conciencia. El grado de fe que cada individuo posee en los distintos momentos de la vida depende de lo que realmente cree, y no en lo que anhelaría o desearía creer. Las intuiciones espirituales que realmente se interiorizan como forma de la propia personalidad se distinguen de aquellos contenidos doctrinales que se aprenden y conocen pero, bien porque no se alcanzan a comprender o porque los desestima el entendimiento, se integran como el conjunto de preceptos o disposiciones de cada doctrina religiosa que inquietan la conciencia del creyente. En esa tesitura, perfeccionar la fe puede lograrse mejorando la credibilidad por la certeza que pueda ofrecer el estudio, pero siempre será vana si no logra reflejarse en una experiencia interior de adhesión positiva de cada afirmación.
La confianza en la veracidad de la fe que se profesa depende en gran medida en la coherencia que la experiencia personal encuentra entre los valores y las virtudes universalmente atribuidos a Dios y la doctrina práctica que se admite. Así la experiencia religiosa discierne qué contenidos que difunde la doctrina superan o no la crítica de su verdad en cualquier condición de aplicación.
Ello no obsta para que haya quien pueda fundamentar su religiosidad en el fanatismo de transponer su propia forma de ser como el modo ideal del ser de Dios, de modo que se concibe una coherencia inversa, en la que no se ajusta la conciencia al conocer de Dios, sino que se utiliza la religión como forma de trascender el significado del propio ideal a un valor universal; pero el mismo no resiste la prueba de condiciones de verdad que le somete una conciencia libre sobre la concepción de los valores más allá de la estructura mental con que está diseñada la doctrina que los concibe.
 

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