PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 89                                                                                   NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2016
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CUIDAR DEL MUNDO

 
Una de las enseñanzas de los científicos en los últimos años es que la salud del mundo debe tratarse de un modo global, pues del maltrato sobre la naturaleza en un lugar determinado se sigue un mal, menor o mayor, para el universo completo del planeta. Por ello la acción debe ser coordinada entre todas las autoridades mundiales, que, por la división de su población en naciones, supone comprometer a las autoridades y poblaciones de cada país.
Muy posiblemente en cada región existan problemas acuciantes que sean los que absorben el interés de esa comunidad, y que a ellos se dirijan los recursos disponibles, lo que favorece que la mejora de la calidad de la conservación de la naturaleza de esa zona repercuta en la parte alícuota sobre la universal. No obstante, nadie debe conformarse con solucionar sus problemas vitales, o alejar los peligros inmediatos que le acechan, sino también participar en un problema común que exige soluciones colectivas universales. Para ello lo principal es la concienciación social, pues sólo en la medida que ésta supera a la tentación del bienestar material particular se logra la disposición básica para aceptar los esfuerzos precisos para regenerar el planeta.
Supuesto el interés universal, el cuidado del mundo exige eficacia científica, acción concertada y compromiso de sufragar los costes de actuación, pues de nada vale todo el trabajo de investigación, identificación y divulgación si a la hora de aplicar los remedios no se aportan los medios económicos para la acción. Cuanto más se tarde en emprender las actuaciones pertinentes, mayor será la degradación, y en consecuencia crecerá el costo de su subsanación. Es cierto que el compromiso ecológico individual por no contaminar, reducir desechos, reciclar, consumir y alimentarse de modo sostenible, preservar la vegetación existente, respetar las especies, etc. es determinante para no empeorar la situación de cada entorno, pero no es suficiente ya que la acción individual es incapaz de suplantar la responsabilidad de la acción de los poderes públicos; y si éstos no son capaces de concertarse para acabar con la guerra, cuyos efectos destructivos se constatan de inmediato, es mucho suponer la disposición real a contrarrestar daños universales irreparables pero a suceder en un futuro más o menos previsible.
Lo mismo que la causa de todas las guerras está en la injusticia, sin justicia no será posible abordar el cuidado que el mundo necesita. Esa justicia se concreta en que las necesidades de actuación para el sostenimiento del planeta deben ser financiadas de modo proporcional a quién las genera y a quién puede soportar esa intervención. Existen economías emergentes y pueblos en vías de desarrollo cuya riqueza natural, imprescindible para el equilibrio del planeta, es esquilmada por la colaboración de gobiernos corruptos y compañías mercantiles multinacionales con fin exclusivo del injusto enriquecimiento particular. Se hace necesario que las grandes potencias asuman su responsabilidad no sólo en lo que degradan la calidad de la naturaleza en el domino de su nación, sino también en lo que sus compañías mercantiles y fondos de inversión efectúan sobre otros países más deprimidos; en esta consideración de la responsabilidad sobre la salud del mundo la ley propia debería ser tan exigente para sus ciudadanos en la forma de obrar sobre su tierra y mar como sobre tierra y mar extranjeros, debiendo perseguir el delito allá donde se produzca solidariamente con la autoridad local, porque se ataca un bien universal.
También el cuidado del mundo requiere atender la conservación de la historia de la humanidad. Su pérdida puede ser por consecuencia de la actuación directa o indirecta, incluso por pasividad en invertir en su conservación. Aunque existen muchas instituciones para preservar la integridad de los principales vestigios de cada época y cultura, a veces la falta de recursos o la ignorancia inducen a explotar esa conservación con fines exclusivamente económicos, lo que puede terminar en desfigurar el propio valor de los mismo.
Quizá el secreto para la toma de conciencia del interés por salvar al mundo vaya parejo al invertido en socorrer al género humano en la deficiencia de alimentación, enseñanza, sanidad y libertad allá donde sean precarias, porque de los progresos subjetivos y objetivos globales de esa ayuda se puede extraer la síntesis del valor del esfuerzo solidario cuando la humanidad se une para superar los problemas que le acechan.
 

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