PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 9                                                                                                       JULIO-AGOSTO 2003
página 8
 
 

EL TALÓN DEL CINE


 
Aunque la cinematografía se ha convertido, junto con la música, en una de las realizaciones artísticas de más divulgación en los últimos tiempos, se puede apreciar que el nivel de consideración de su valor de arte está en entredicho.
Independiente de la vulgaridad de mucha de sus producciones, se aprecia que hay algo constituyente de la propia realización artística que no termina de convencer. De las fortunas invertidas en sus producciones se podría augurar una mayor consolidación de los valores artísticos y una más contundente determinación de su papel en el conjunto de las manifestaciones del arte. Es bueno, por tanto, preguntarse por cuáles sean los factores que pueden dificultar la integración del cine como arte.
En la pantalla convergen dos dimensiones de expresión: la literaria, en el guión, y la de imagen, en la dirección. Sobre la dimensión literaria del guión poco puede decirse aparte de su valor intrínseco. Es pues en la imagen donde se determina el valor estético de una realización; y dentro de la imagen se aprecian dos componentes: la ambientación y la interpretación.
La ambientación, como el guión, puede tener más o menos valor en función de su adecuación, pero sobre todo es en su perfección interna donde se consigue el orden que propicia alcanzar la cota de lo estético.
Pero en el cine lo más importante es la imagen que confieren los protagonistas. El qué dicen y dónde lo hacen es importante, pero lo realmente trascendental es el cómo lo hacen. Aquí llega, a mi juicio, el talón de Aquiles del séptimo arte. La adecuación de los actores a la credibilidad de la cinta.
El fundamento de todo arte está en la verosimilitud, en la capacidad de sugestionar porque el conjunto de todas sus formas supone un todo armónico que eleva a percibir como sublime una realización. En el cine no basta con que la interpretación de los actores sea correcta o magistral, sino que interviene otro factor que es el de la adecuación de imagen del actor para el espectador.
En la medida que el cine, como toda la dramaturgia, supone una representación, la identificación de los personajes exige verosimilitud, o sea, que el protagonista no sea imagen del actor sino del sujeto de la trama. Para ello se precisan dos cosas: una, la genialidad profesional del actor; otra, que el espectador no identifique al actor, pues en la medida que esto se realiza la verosimilitud queda frustrada y la representación se decanta por una parodia del actor sobre el papel del protagonista, a quien parece está suplantando en la representación.
Esta limitación del cine como arte está en función de la prodigalidad de los actores, dado que, en la medida que sus rostros y modos nos son familiares, con mucha más dificultad se produce la explicitación de los personajes de la obra.
Por ejemplo, si Julia Robers interpreta el papel de una mujer marginal latinoamericana, o la caracterización está tan conseguida que no nos recuerda su persona, o por el contrario nos parecerá una interpretación de pero no la realidad de, que es a lo que el cine como arte debe aspirar.
Ese talón de Aquiles quizá se solventara relajando el protagonismo de algunos actores y actrices para que siendo menos ellos fueran más en sus protagonistas.
Algunos de los mejores filmes lo son porque no siendo populares sus artistas la coherencia de realidad del conjunto de la obra se impone como un auténtico valor artístico.