PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 90                                                                                  ENERO - FEBRERO  2017
página 9

EXCLUYENTE PERFECCIONISMO

 
La perfección debería ser un fin en el obrar de todas las personas. Esa perfección en el obrar supone una concatenación de actos internos que comienzan con una adición a la sabiduría para conocer mejor la verdad respecto a lo que cada cosa es y a sus aplicaciones en las relaciones con cualquier otro objeto; a ese saber le sigue el acto de entendimiento que rige el juicio de las condiciones de cómo se debe aplicar correctamente el concepto y las aplicaciones aprendidas; finalmente debe intervenir otra vez el entendimiento para verificar que el resultado del obrar de una determinada manera se ajusta a las expectativas de perfección que se presumían. Además en cada uno de esos procesos debe intervenir la voluntad para moverse a emplear el esfuerzo preciso para obrar de esa cuerda manera.
Quien se esfuerza en la virtud del perfeccionismo se habitúa de tal manera que la imperfección se le hace más patente cada día, lo que produce en él la excitación hacia la superación. Aunque nadie alcanza la perfección absoluta del obrar, la tendencia a la perfección puede considerarse como un valor por lo que al bien en el obrar atañe, pero también entraña el contravalor de que en la repulsa mental al defecto no se aprecie distinguir entre la calidad de la obra en sí y las posibilidades y cualidades del sujeto que la realiza, lo que debería ser una condición de verdad respecto al juicio del obrar.
Al vivir en sociedad, incluso la propia exigencia personal respecto a la perfección tienen influencia en modo de relacionarse, porque supone un modo ejemplar de ser que puede incidir en marcar las relaciones con los demás. En la medida que la perfección no sea una norma de conducta generalizada, más resaltará obrar con ese hábito. La moderación, por tanto, de la propia personalidad perfeccionista puede constituirse como un requisito indispensable para una convivencia grata, ya que la perfección no es para todos igualmente accesible en cada uno de los campos posibles de actuación. Adecuarse a esa realidad supone el reto de perfección más difícil para el perfeccionista.
La perfección como valor a veces representa en sí un fin superior al bien de la obra realizada como consecuencia de priorizar la subjetividad de la forma en que se ejecuta. Esto se da cuando la mente del perfeccionista configura patrones de actuación tan reglados que excluyen los modos alternativos de obrar. Para corregir esa pasión el procedimiento adecuado es habituarse a interiorizar el relativo valor de las acciones que se realizan. La imperfección será tanto más aceptable en cuanto menos afecte al fin de la acción y de menos entidad sea al bien que se procura; resultando de esa tolerancia consigo mismo una mayor comprensión sobre la imperfección ajena. Hacer de esa tolerancia virtud es lo que facilita la relación entre las personas, en especial cuanto más diferentes son sus caracteres.
El escollo entre la consideración de la propia inclinación perfeccionista y las consecuencias que genera en las relaciones humanas crea no pocas incertidumbres en la personalidad, dado que a cada individuo tiende a quererse a sí mismo, como es, al mismo tiempo que estima a otros en los que detecta que su forma de ser les afecta negativamente. Hasta dónde se acepta el influjo de uno sobre otro suele estar vinculado con el estado de ánimo, de modo que existen variaciones en la convivencia en las que en los procesos más negativos el perfeccionismo se llega a convertir en causa de distanciamiento e incluso de rotura. Evitarlo supone en primer lugar percibirlo y, en el modo de lo posible, contenerlo.
 

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