PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 96                                                                                  ENERO - FEBRERO  2018
página 10

ALARMA DE NATALIDAD

 
Los estudios sociológicos que realiza cada comunidad para tener un cierto conocimiento estadístico de su realidad con frecuencia no influyen determinantemente en las políticas que se habrían de seguir para subsanar las deficiencias que arrojan. A pesar del conocimiento que aportan, y de las alarmas que deberían difundir, muchas veces su influencia no pasa de la opinión esporádica en algunos medios especializados o de la página oportunista de la crítica cotidiana; deja mucho de desear que no sean los organismos políticos quienes tomen iniciativas para paliar los augurios de los indicadores sociales negativos.
Durante los últimos decenios, en muchos países del mundo, por unas u otras razones, el índice de natalidad respecto a la población en edad fértil no ha dejado de descender. Este indicador, que se añade a la causada por la longevidad, presagia un futuro de ciudadanos envejecidos. Es cierto que los progresos científicos en al ámbito de la medicina no sólo aseguran esa mayor longevidad, sino que también se dirigen a que la calidad de la salud en la tercera edad sea tan lograda que revolucione la configuración de ese periodo de vida.
La gran mayoría de los políticos cuando consideran el índice de natalidad lo hacen en referencia a las consecuencias económicas que pueden derivarse para su nación, como pueden ser la proporcionalidad entre el soporte productivo y las clases pasivas para el sostenimiento de las protecciones sociales, la necesidad de mano de obra cualificada para asegurar el crecimiento económico o la gestión de los recursos naturales para sostener a más de tres generaciones simultáneamente; es muy probable que esos problemas puedan encontrar solución admitiendo que la escasez de juventud por un bajo índice de natalidad puede subsanarse con la inmigrante provenientes de países con un alto indice de natalidad.
Muy posiblemente muchos factores económicos y laborales se puedan solucionar con el recurso de la aportación de la juventud de otros países, pero lo que entra en juego es si la influencia de esa avenida de gente extranjera no cambiará las costumbres y, lo que es más importante, los valores de la propia idiosincracia nacional. No se trata en sí de considerar la xenofobia que puede dirigir determinadas ideologías, sino el que por causa de una inoperante acción política sea una nación la que se entregue a su decadencia. Cuando la inmigración crece al mismo ritmo que la natalidad, no existe riesgo de desnaturalización para los ciudadanos de esa comunidad, sea del tipo y tamaño que sea; pero cuando el déficit de natalidad favorece una inmigración importante comienza a peligrar la identidad del sistema político y social, por muy liberal y abierto que sea.
Por ejemplo, la democracia, como referencia trascendente del sistema político, se ve afectada, aunque no se quiera reconocer, cuando la inmigración proviene de otros países cuyas culturas y cuyos sistemas políticos se fundamentan en el autoritarismo, en la concentración del poder, en la aristocracia o en la intolerancia. Posiblemente la influencia negativa no se advierta en pocos años, pero sí en la siguiente generación, teóricamente integrada en lo que respecta a los derechos y deberes ciudadanos, pero que no lo está cuando la vigencia de las costumbres paternas han prevalecido en la educación. Se puede enseñar que la democracia es el gobierno del pueblo, el derecho al voto universal, la tolerancia con la opinión ajena, el respeto al diferente, la igualdad de oportunidades, la honestidad en la actividad pública, la independencia de la justicia, la progresividad en los impuestos, etc., pero nada de ello es eficaz si no se desmonta de la conciencia los prejuicios sociales de una concepción de la sociedad basada en distintos valores.
Culpar a los inmigrantes de ser como son es una necedad, y ello es algo que promueven los que no son capaces de concebir políticas alternativas que faciliten la conciliación laboral, una justa renta familiar y guarderías y centros escolares infantiles próximos a la ubicación laboral del padre o la madre. En resumen, se trata de facilitar que las parejas de nacionales que deseen tener hijos no se priven de ellos por las condiciones que les impone su propia sociedad, sino que la misma tome conciencia de que sostener la cultura propia como sociedad precisa una transmisión de valores de padres a hijos en los valores vertebrales del sistema social que se profesa.
 

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