PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 97                                                                                  MARZO - ABRIL  2018
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SINCERIDAD Y EJEMPLO


Tanto en la educación familiar como en la reglada el ejemplo del educador se constituye como la principal referencia para la formación del educando. El niño, el adolescente y el joven perciben del padre, tutor o profesor las enseñanzas con tanta o menos seguridad según el grado de confianza que el imaginario del menor le adjudica. Por ello hay dos ámbitos en los que el educador debe esforzarse en todo cuanto concierne a su relación con a quien está enseñando: la sinceridad y el ejemplo.
La necesidad de la sinceridad responde a la satisfacción intelectual que el menor espera de quien le enseña. En principio el educando no duda sobre la verdad de todo lo que le dice su educador, pero esa confianza puede comenzar a quebrarse con cada falsedad que identifica y con cada pregunta a la que no obtiene una respuesta convincente. Muy posiblemente el menor no entiende del derecho que le asiste a ser educado en la verdad, pero, desde que distingue que él puede mentir para enmascarar su responsabilidad, concibe que si le engañan es siempre en su contra y a favor del interés ajeno, siendo precisamente esa contradicción de intereses la que le vuelve receloso de la anterior confianza depositada en el ascendiente. Cuando no se recibe una respuesta clara y concisa a cualquier cuestión, ello repercute en el menor en un incremento de su duda, la que ocasionaba la pregunta; por eso es obligación de quien educa no obviar las cuestiones que se le demandan, y ofrecer siempre una repuesta proporcionada a la capacidad de entender del menor, debiendo siempre asegurarse que la curiosidad ha sido satisfecha.
Respecto al ejemplo, es primordial que los padres y profesores guarden una conducta respecto a sus hijos y pupilos que sea concorde con lo que les enseñan; porque si existe contradicción se preguntarán quienes deben aprender por qué los mayores les enseñan como bueno lo que no observan, pues si así fuera lo practicarían, y si hacen lo contrario es que eso es lo realmente positivo y les están engañando con su doctrina. Especialmente comprometido es que ante la demanda de justificación de las incoherencias detectadas en los mayores, estos no sean claros en su argumentación, provocando, en especial en las etapas de adolescencia y juventud, el proporcional menoscabo de confianza en que la razón la posee quien teóricamente es el preceptor.
Tutelar desde cualquier posición la formación de un menor conlleva una gran responsabilidad, la que no debe afectarse por la complejidad de la vida, pues precisamente a los menores se les debe ir provisionando para la comprensión y gestión de las dificultades de la existencia. Lo mejor no es ocultar la realidad social tal como es, con sus muchas incongruencias, sino enseñar a discernir los valores que determinan las condiciones de verdad de cada circunstancia. Solo cuando se enseña y aprende así, desde pequeños, cabe esperar que la enseñanza, además de comunicar contenidos prácticos del saber, transmita hábitos de respeto a la verdad y a la responsabilidad.
 

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