PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 99                                                                                  JULIO - AGOSTO  2018
página 9

ÉTICA SOLIDARIA


La consideración de la ética como el valor que induce a obrar el bien admite la alternativa de si esa calificación de la conciencia debe sustanciarse desde la subjetividad del sujeto que obra, o sobre la objetividad del sujeto paciente sobre el que recae la obra. La concordancia de criterio entre uno y otro sujeto se aproxima en función de que la intención de servicio se imponga sobre la pretensión de interés de dominio, lo que habitualmente se reconoce como solidaridad. Esa conjunción entre la ética y la solidaridad supone una marca para la primera que la aproxima a la moral implícita a la proclamación en los derechos humanos universales.
La ética en sí incumbe al acto de obrar en lo que este siga el dictado de la recta razón que genera una conciencia cierta de conseguir el bien. Ello recompensa con la satisfacción del deber cumplido, pero ese deber lo es únicamente desde el modo de pensar subjetivo de quien realiza la acción, o sea, es un bien particular que sólo se relaciona con el bien común cuando atiende el fin objetivo de los posibles sujetos pasivos sobre los que recaiga también el beneficio de la acción. Es precisamente ese fin del modo de obrar, en el que se observa la posible repercusión objetiva para los demás, el que define la calidad del alcance social de la ética.
Desde antiguo los filósofos y los maestros de las religiones enseñaron el querer para los demás el bien que se quiere para sí. Ello ha dirigido la tranquilidad de conciencia de innumerables generaciones considerando cumplida esa máxima con el sentimiento del genérico deseo de que todos los demás disfruten de tanto bienestar como uno mismo se puede proporcionar. El conflicto surge cuando el entorno social evidencia que la limitación de los bienes materiales impone que los demás sólo puedan acceder a poseer bienes como uno mismo posee si el modo de obrar propio favorece su reparto.
Muy posiblemente el pensamiento contemporáneo ha evolucionado desde aquellas máximas morales clásicas que proclamaban la ética en la solidaridad hacia otras más pragmáticas para justificar la competitividad en la que parece sustentarse la ética del progreso fuente del bienestar. El no quieras para otro lo que puedas disfrutar tú resulta para muchos altamente más acorde con la forma real de pensar que se impone admitiendo que la limitación del bienestar material excluye una extensión solidaria. Como esa negación de la solidaridad a su vez no es políticamente correcta, se recurre a culpar de forma genérica a la explosión demográfica como la causa de que sin perder derecho al consumo no sea posible la repercusión del bien posible tanto para los otros como para sí.
Cuando del bien obrar sólo se deriva la propia satisfacción y bienestar sin perjudicar directamente a un tercero, la conciencia puede reconocerse a sí misma como ética, porque excluye cualquier consecuencia maliciosa, pero en la medida que el bien que se deriva del obrar ignora la repercusión sobre los demás adolece de la componente solidaria que raciocina el bien en su plena extensión objetiva.
 

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